Una ciudad pos-apocalíptica (La Habana), acosada por infatigables ruinas y seres extraños que han perdido el último vislumbre de la condición humana, es el paisaje más recurrente en una historia que no tiene principio ni fin. Su materia y su estructura es la de los sueños y el inconsciente. Una obsesión primigenia e incesante, el amor-odio por la figura materna, es a la vez disparador y diana en un texto que juega con las pesadillas más íntimas del ser, hasta desbordarlas en ese océano compartido que es el miedo social a la aniquilación de una raza, un país, el mundo. Nos asomamos al patético y detestable reverso de cualquier Utopía: la personal, la colectiva, la literaria… Inexploradas cañerías hacen fluir la sustancia narrativa, mientras la realidad parece fugarse siempre a otra parte. Pero qué es la vida -diría ahora, con seguridad, aquel personaje clásico- sino un sueño muchas veces terrible. El lector ganará pronto la inquietante sensación de vagar sin rumbo por los laberintos mentales de alguien que balbucea, sumido en una hipnosis profunda. Alguien que sueña y escribe Una oscura pasión por mamá.